jueves, 20 de marzo de 2014

Las palabras las borra el aire que traspasa el verde color...

La gente me dirá loco. Nadie puede amar su trabajo. Pues bien, les tengo malas noticias. Si amo mi trabajo durante unos segundos, para luego retornar a la calma de resignarse a tener que ganarse el sustento realizando algo por lo que no cobrarías, sino que lo harías de otra manera. El tema es que mucha gente ama lo que hace por vocación, por logros, por ambición. En mi caso no es así. No me mal entiendan, no es que no haya vocación, solo que hacer lo que te gusta bajo las reglas que no te acomodan no es mi manera de volver lo que se hace un arte. Pero eso sí, descubrí... no... error. Re descubrí algo que amé toda mi vida, y no me di cuenta hasta recuperarlo. Valorar las cosas sencillas. Mucha gente piensa que esto es conformarse con poco, pero no. Es maravillarse con cosas tan simples como un árbol solitario en medio de una loma llena de maleza, como perderse en los reflejos de las ramas del árbol de navidad decorado por las luces, como enamorarse en el fenómeno infantil del olor a nuevo en las cosas y los juguetes. Es el solo hecho de ver las ramas de un arbol enorme, verde fuerte, verde jóven como solo él sabe serlo. Me gusta ver como lo mueve el viento y como cada vez que llego y ha parado de llover, sus ramas me dejan experimentar a pleno sol lo que ambos hemos bautizado como lluvia de árbol.